El País Chequeado 21/03/2022

A 2 años de la pandemia: qué aprendimos sobre el coronavirus y que nos queda aún por saber

El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia de COVID-19 causada por un nuevo coronavirus: el SARS-CoV-2. La pandemia cambió nuestras vidas y causó la muerte de más de 6 millones de personas alrededor del mundo. También se logró un hito: desarrollar vacunas seguras y efectivas, aunque se distribuyeron de forma desigual.

El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud caracterizó a la nueva enfermedad por el coronavirus (COVID-19) como una pandemia. Unos días antes, el 3 de marzo de 2020, la Argentina había confirmado el primer caso de COVID-19 en el país.

Desde ese día y hasta el momento, se han notificado casi 9 millones de casos y 127.009 muertes en el país, según el Ministerio de Salud de la Nación. A nivel mundial, la COVID-19 causó más de 6 millones de muertes, 2,6 millones sólo en la región de las Américas.

A 2 años del comienzo de la pandemia que cambió nuestras vidas, en esta nota repasamos qué aprendimos sobre el coronavirus y cuáles son los desafíos que aún quedan pendientes.

Mucho más que una enfermedad respiratoria

Al principio de la pandemia, se comparó a la COVID-19 con una “gripecita”. La realidad muestra que es mucho más que una enfermedad respiratoria. Aunque provoca un síndrome respiratorio agudo, el virus puede dañar diversos órganos (ver acá, acá y acá) y dejar su huella en el sistema cardiovascular, nervioso, digestivo, urinario y hasta en la piel. 

“La COVID-19 es una enfermedad multisistémica. Si bien afecta predominantemente el aparato respiratorio, es un virus que puede tener afectación a todos los niveles, que tiene afinidad por el sistema nervioso central y por el tubo digestivo. El impacto neurológico ha tomado un rol muy importante este último tiempo porque se ha visto que aún personas con cuadros leves presentan trastornos de atención y/o concentración”, explicó a Chequeado Leda Guzzi, miembro de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI).

Como contamos en esta nota, entre el 10% y el 20% de los pacientes que tuvieron coronavirus presentan síntomas prolongados compatibles con el Síndrome post COVID como fatiga, dificultad para respirar, tos persistente, dolores musculares y pérdida del olfato o del gusto. Los expertos advierten que se necesita más investigación sobre la COVID-19 persistente y las razones por las que algunas personas sucumben a la enfermedad aguda.

Es posible la reinfección con otras variantes

“Desde la detección de casos de neumonía atípica y la publicación del genoma asociado a este virus a la fecha, se ha generado una cantidad de conocimiento sobre este virus extraordinaria e inédita -sostuvo en diálogo con este medio Humberto Debat, virólogo e investigador del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en Córdoba, y especificó-. Se han publicado más de 380 mil artículos científicos relacionados con el virus y se ha avanzado en la caracterización genética, biológica, epidemiológica y clínica de este virus como nunca había sucedido en la historia de la humanidad”.

Entre la información disponible sobre el SARS-CoV-2, Debat destacó: “Hemos visto cómo puede no sólo modificarse sino su capacidad de recombinación y de generación de variabilidad”. Hasta el momento, se han identificado 5 variantes de preocupación según la OMS: Alpha, Beta, Gamma, Delta y Ómicron (con los linajes BA.1 y BA.2). Esta última variante se relaciona con un mayor riesgo de reinfección, como contamos en esta nota.

A pesar de todo el conocimiento sobre el virus, aún quedan incógnitas por resolver, como el nivel de anticuerpos necesarios para prevenir la infección. “Todavía no sabemos qué posibilidades existen de una nueva generación de variantes que pudieran cambiar nuevamente la biología del virus, ni en qué instancia será necesario la actualización de desarrollos vacunales a medida que el virus vaya cambiando ni cómo serán los ciclos de vacunación necesarios para protegernos”, advirtió Debat. 

Las vacunas salvan vidas, pero deben ser accesibles para todos

“En estos 2 años aprendimos a conocer al virus, verificamos el nivel de importancia de las medidas higiénicas, de tener un sistema de salud fortalecido y actualizado, de que un montón de actores se conjuren a nivel de desarrollo científico para poder solucionar los problemas de la gente y lo más importante es que verificamos lo bien que funcionan las vacunas”, enumeró a Chequeado Gonzalo Pérez Marc, jefe de Investigación y Docencia del Departamento Materno-Infantil del Hospital Militar Central y quien lideró el ensayo clínico de la vacuna de Pfizer en nuestro país.

Gracias al trabajo de miles de científicos alrededor del mundo, en menos de un año se desarrollaron vacunas eficaces y seguras contra el coronavirus y se distribuyeron globalmente. En la Argentina, se estima que la vacunación salvó 40.074 vidas en los últimos 3 meses, según los cálculos del bioquímico Rodrigo Quiroga en base a datos del Ministerio de Salud de la Nación. 

Según cifras que dio a conocer la ministra Carla Vizzotti, en mayores de 50 años sin vacunar, la mortalidad al 18 de enero último fue de 233 por millón de habitantes, mientras que en vacunados con esquema completo fue de 36; es decir, 6 veces menor. 

Sin embargo, el desafío continúa siendo lograr una distribución equitativa de las vacunas y eliminar las barreras de acceso. Sólo en América Latina y el Caribe, 248 millones de personas aún no han recibido una sola dosis de la vacuna COVID-19, en particular aquellas que se encuentran en áreas rurales de difícil acceso y en comunidades desatendidas, según datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). 

Necesitamos tratamientos basados en evidencia científica

Al comienzo de la pandemia, algunos tratamientos -como la hidroxicloroquina o la ivermectina- fueron promovidos contra la COVID-19 y hasta llegaron a utilizarse a pesar de no contar con la evidencia científica que avalara su uso. “La pandemia volvió a reforzar un concepto que es clave: para poder promover un tratamiento primero hace falta que sea sometido a un ensayo clínico serio y riguroso, que cuente con la aprobación de las autoridades regulatorias de cada país y los comités de ética”, sostuvo Guzzi.

Aunque a lo largo de estos 2 años varios tratamientos fueron descartados, otros continúan en investigación y unos pocos han demostrado eficacia. “En la primera etapa, cuando el virus se replica intensamente y puede ocasionar daño directo, hay antivirales como el remdesivir, molnupiravir, paxlovid [N. de la R.: estos 2 últimos aún no disponibles en el país], que administrados tempranamente a personas con factores de riesgo previenen hasta un 90% la necesidad de hospitalización y la mortalidad”, explicó la médica infectóloga.

También ciertos anticuerpos monoclonales, como el sotrovimab, son capaces de bloquear el virus y evitar el ingreso a la célula, aunque tampoco se encuentran disponibles en el país. “Son drogas que modifican la historia natural de la enfermedad, que sería ideal que sean ampliamente accesibles, con costos razonables para los Estados y los financiadores. Eso es lo que está condicionando su uso en el mundo”, agregó Guzzi. 

En pacientes hospitalizados y con requerimiento de oxígeno, el estudio Recovery -coordinado por la OMS- concluyó que el uso de dexametasona -un corticoide ampliamente disponible y muy económico- tiene un impacto definitivo para disminuir la mortalidad. También hay evidencia a favor del uso de tocilizumab (un anticuerpo monoclonal que inhibe los receptores de interleucina 6) para reducir la mortalidad en pacientes hospitalizados.

Siguen siendo fundamentales las medidas de prevención, como ventilar los ambientes y usar barbijo

En los primeros meses de 2020, la poca información científica disponible nos llevó a actuar en base al principio de precaución: tomar medidas sanitarias para evitar riesgos potenciales. Entre ellas, desinfectar ropa y zapatos y hasta las bolsas del supermercado cada vez que llegábamos a casa de hacer las compras. Hoy sabemos que el riesgo de un contagio a través de las superficies, si bien existe, es mínimo.

La evidencia científica muestra que la transmisión del SARS-CoV-2 por aerosoles es una de las principales vías de contagio del coronavirus (ver acá y acá) y también quedó demostrado el rol de las personas asintomáticas. Por eso, las medidas más eficaces para evitar el contagio son: ventilar los ambientes, el uso correcto del barbijo -sobre todo en los lugares cerrados o cuando no podemos mantener el distanciamiento social-, evitar las aglomeraciones y el lavado frecuente de las manos.

Aunque muchas de estas medidas se han relajado con la baja de casos, los expertos llaman a no bajar la guardia. “Cuando los lugares relajan las medidas en el momento equivocado, la transmisión se dispara en forma peligrosa y perdemos más vidas”, afirmó la directora de la OPS, Carissa F. Etienne, esta semana en una rueda de prensa al cumplirse 2 años de la pandemia. Y agregó: “Es probable que la COVID-19 esté aquí para quedarse. Debemos aprender a vivir con este virus y adaptarnos rápidamente a los nuevos cambios”.

Es clave combatir la desinformación

Desde el inicio de la pandemia, a los esfuerzos para frenar la propagación del virus y hallar un posible tratamiento y/o vacuna contra la COVID-19, se sumó el desafío por combatir otro grave problema para la salud pública: la epidemia de desinformación. Ante la incertidumbre, se multiplicaron voces -muchas veces no especializadas y otras veces sí- con información errónea o directamente falsa a través de redes sociales y otros medios.

La información errónea y falsa puede perjudicar la salud física y mental de las personas, y dificultar que accedan a aquella información proveniente de fuentes fiables y obtengan orientaciones válidas en momentos en que se hace más necesario para la toma de decisiones. “La información incorrecta trunca vidas. Sin la confianza y la información correcta adecuadas, las pruebas diagnósticas se quedan sin utilizar, las campañas de inmunización no cumplirán sus metas y el virus seguirá medrando”, advirtió la OMS.

Frente a este fenómeno, 22 organizaciones de fact-checking que integran la red LatamChequea -coordinada por Chequeado– se unieron en 2020 para trabajar juntas en la verificación de contenidos falsos relacionados con el coronavirus. Con el propósito de combatir la infodemia, se creó además una base de datos con todas las piezas que desmintieron las desinformaciones vinculadas a la pandemia y notas explicativas que tenían evidencia relacionada, de modo tal que cualquier chequeador de la red pudiera utilizar el material de otros para desmentir de manera oportuna.

Por Florencia Ballarino - Chequeado 

 

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