Cómo se eligen y usan las plantas medicinales en Patagonia
Científicas del Conicet realizaron una investigación con la nueva modalidad de la ética del cuidado para conocer y escuchar a la comunidad indígena.
En la Patagonia, el 60% de las 500 especies vegetales medicinales reconocidas son nativas. Esas plantas se obtienen principalmente mediante recolección en los entornos rurales. También se usan especies introducidas de otras zonas del mundo y son recursos vitales para los habitantes rurales y urbanos de la región.
Tres investigadoras del Conicet se preguntaron qué factores influyen en la selección de las especies de plantas que se utilizan con fines medicinales en la comunidad mapuche. Trabajaron con una nueva modalidad de investigación con la comunidad mapuche de Gualjaina, un pueblo cercano a Esquel en Chubut. El trabajo fue publicado por la revista internacional Ethnobotany Research and Application.
Las científicas son Ana Ladio, del Instituto INIBIOMA, que depende del Conicet y la Universidad del Comahue, Soledad Molares, del Centro de Investigación Esquel de Montaña y Estepa Patagónica (que depende de la Universidad Nacional de La Patagonia San Juan Bosco y el CONICET), y María Laura Ciampagna, de la División arqueología de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata.
El estudio de tres investigadoras del Conicet permitió conocer que de las 500 especies vegetales que forman parte de la farmacopea mapuche, un 20% es utilizada por una población rural para prevenir o contrarrestar problemas gastrointestinales.
El trabajo resalta la importancia del cuidado de los ambientes naturales y del vínculo con las plantas que pueden proveer una farmacia casera.
«La crisis ambiental que vivimos tiene que ver con un distanciamiento de las sociedades con su entorno», resumió Ladia en diálogo con Diario Río Negro.
Ladio investiga desde hace tiempo el uso de plantas, animales, agua y suelo por parte de las comunidades rurales. Sus trabajos muestran que los vínculos de dependencia con la naturaleza son muy importantes para la vida de las personas.
El nuevo trabajo consistió en una recorrida por el territorio y en entrevistas a los integrantes de la comunidad, a partir de «una posición de la ética del cuidado». Se pidió consentimiento a los pobladores y se les hizo una devolución de los resultados del estudio.
«No es una aproximación de tipo extractivista. En la actualidad se trabaja de otra manera aún más inclusiva porque propiciamos la incorporación de las personas de las comunidades como coautores de los trabajos si fueron parte de los mismos. La ciencia ha tenido prácticas muy cuestionables en el pasado en este asunto del conocimiento de las comunidades», advirtió Ladio.
Durante el trabajo, las investigadoras detectaron que la conservación de los ambientes naturales (bosques, mallines, estepas) son fundamentales ya que «proveen plantas muy necesarias para la terapéutica local». «Cuando se disuelven estos vínculos, al desconocer el aporte que te da un bien natural, las personas se desapegan de la naturaleza y no practican el cuidado de la misma», expresó.
Consideró que «uno cuida lo que es importante para su cultura porque uno está proyectando su visión del mundo sobre el paisaje. Uno está proyectando cultura sobre el paisaje. Cuando se pierden estos vínculos, al desconocer el aporte que te da un bien natural, las personas atraviesan vínculos de desapego a la naturaleza».
En este sentido, resaltó que en las comunidades mapuche existen normas éticas ancestrales vinculadas al fortalecimiento de los vínculos entre los seres y al concepto de reciprocidad. «Ellos sienten un compromiso de cuidado con las plantas que les brindan curación, comida y protección, bienestar físico y emocional. Las sociedades de mercado tenemos que recuperar esto para vivir en condiciones más armónicas», resaltó Ladio.
60 plantas digestivas
La comunidad Gualjaina, que está compuesta por unas 20 familias, usa alrededor de 60 plantas digestivas cultivadas en huertas. También usan plantas silvestres de la estepa y del bosque.
Las investigadoras detectaron que la mayoría de las plantas digestivas tienen aromas y sabores agradables. «Las plantas con sabores muy fuertes son indicadoras de que sirven para dolencias hepáticas. Detrás de esos aromas, hay compuestos activos que casualmente tienen una acción terapéutica vinculada al uso que le dan las personas», especificó la investigadora.
Si el aroma de la planta es fuerte, se usa en pequeñas cantidades. En cambio, si es suave, la dosis es más alta.
El estudio también abordó los procesos de resiliencia, es decir, indagó en cómo las comunidades pueden sobrellevar los cambios socioambientales que se les presentan. «En el caso de que falte alguna planta, tienen otras para reemplazarlas que sirven para lo mismo. La redundancia y diversidad te da posibilidad de adaptación. No es lo mismo depender de unas poquitas plantas», subrayó y agregó que el conocimiento acerca de las plantas es sumamente dinámico: «No hay conocimientos viejos. Las comunidades van incorporando nuevos saberes y van perdiendo otros de acuerdo a las condiciones locales de accesibilidad».
En el estudio, las investigadoras dan cuenta de que las personas usan las plantas más accesibles, por ejemplo, aquellas cultivadas en huertas que suelen ser plantas exóticas de la Patagonia. Las plantas que han quedado más alejadas son las nativas y se dejan de usar por una cuestión de distancia.
«Las personas cada vez deben recorrer distancias más largas para buscarlas. Esto se vuelve un factor limitante. Y las personas más grandes no usan las plantas que tienen más alejadas, como la carqueja que cuesta encontrarla. Las reemplazan por otras plantas ya cultivadas de huerta con la misma función», señaló.
Destacan también que en la práctica de recolección en las comunidades, no se obtienen grandes cantidades sino que solo se toma lo necesario. «Siempre está el precepto de dejar plantas para otra persona que lo necesite y está el agradecimiento antes de cortar planta. No hay una actitud arrasadora de dejar la planta vacía de ramas o de hojas», dijo.
El estudio sugiere que las plantas medicinales están relacionadas con el modo en que la comunidad proyecta su cultura en el territorio, construyendo huertas y conservando a las plantas en sus predios para poder recolectarlas en algún momento.
En este sentido, las investigadoras se refieren al paisaje como una construcción cultural. «No existe un paisaje prístino en el que los seres humanos no tienen nada que ver. La acción humana no siempre es destructiva. Para bien o para mal los humanos construimos el paisaje. Hace cientos de años que está atravesado por la vida de la gente que lo va transformando de acuerdo a sus necesidades«, concluyeron.
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