Opinión Alejandro Rojo Vivot - Escritor 07/07/2024

APUNTES CIUDADANOS: DISTINTO PERO PARECIDO

Lamentablemente, dice Alejandro Rojo Vivot, la sociedad de nuestro país está viviendo momentos difíciles donde cada ciudadano puede tener un rol importante. HUMOR, POLÍTICA Y AFINES CDXL.

FOTO ARV. Pedro de Rojas Cortadella (1873-1947). PBT. Semanario Infantil Ilustrado. AÑO 10. N° 444. Buenos Aires, Argent

Reír como el mar ríe, el viento ríe, / sin que la risa suene a vidrios rotos”. (1)

 

Octavio Irineo Paz Lozano (1914-1998)

 

Hoy en Patagonia y en gran parte de Argentina, notoriamente se repite el desasosiego urbano por la palpable impericia, desinterés o desidia en cuanto al desarrollo y mantenimiento urbano; los nubarrones de corrupción, a veces, parecen sobrevolar…

Las eventuales excepciones posiblemente son unas pocas; vaya uno a saber.

Calles y avenidas anegadas inclusive con cloacas surgentes, baches históricos, veredas imposibles para muchos, reducción de velocidad vehicular en el recuerdo, rebajes en esquinas inexistentes o con roturas que invitan a evitarlas, basura acumulada a la que te criaste, etcétera al cuadrado.

Cada vecino bien conoce la situación local en cuanto al derecho humano al tránsito en espacios públicos.

La desinversión provoca mayores gastos de los habitantes: roturas, incidentes viales, fastidios, hartazgos, demoras innecesarias, etcétera.

Esta grave situación también puede ser descripta con humor, como lo hizo a principios del Siglo XX el célebre “Semanario infantil ilustrado, para niños de 6 a 80 años PBT”, con respecto a la ciudad de Buenos Aires de ese entonces, que acababa de celebrar con pompa su primer centenario, incluyendo muy numerosas obras públicas urbanas llevadas adelante al mismo tiempo.

Una vez más: la importancia de leer críticamente aunque sea quince minutos por día.

HACE MÁS DE CIEN AÑOS

“Charlas del pebete.

Todo pasa en el mundo, las estaciones se suceden, los pagarés cumplen, aunque no siempre sus firmantes; los siglos a los siglos se atropellan, como si tuvieran prisa por llegar no se sabe adónde ni para qué; hasta los presupuestos acaban por ser aprobados, unas veces a libro cerrado y otros bajo fianza moral; porque si vamos a creer que los gobiernos se burlan del país, nos volveremos escamones (desconfiados) y recelaremos hasta la calidad de los alimentos.

Lo único que no pasa, porque parece ya un estado definitivo, es la horrible obstrucción de algunas cuadras de las que han dado en llamar en centrales; por ejemplo las de las calles Alsina y Victoria (Hipólito Yrigoyen,), entre Perú y Bolívar. Aquellos parajes son un vasto matadero humano, en el que no sé cómo no caen diariamente millares de víctimas. Entre los restos de las veredas surgen hondonadas, cerros, costas bravas, y depresiones  que parecen producidas por un temblor de la tierra y que sólo se mantienen medio a nivel de los rieles de los tranvías. Las veredas están reducidas  a un poco menos que la mínima expresión; pues las han convertido en depósitos de materiales que forman construcciones palásgicas (palaciegas) del peor gusto, viéndose los infelices transeúntes en la precisión de atravesarlas ‘de canto’; pues entre ellas y las fachadas de las casas han dejado sólo un espacio de algunos centímetros; de modo que el que tiene que aventurarse en aquellas prolongadas ‘impasses’ sufre todas las torturas del emparedamiento monástico, y hay momentos en que, no sabiendo cómo salir del atolladero, cree llegados sus últimos cinco minutos, y de buenas gana retrocedería si otros desgraciados que van detrás de él no lo empujasen hacia estrechuras inverosímiles de que al fin sale con el traje pelado y a su vez cubierto de tierra, microbios y restos de revoque deteriorado y casi en fermentación.

Pero no siempre se tiene la suerte loca de poderse deslizar por tan angustiosos pasadizos sin encontrar opositores. Lo más frecuente es que es que mientras unos transeúntes caminan por la hendidura en dirección a Bolívar, otros procuran remontarla rumbo a Perú, y entonces y entonces es ella. Donde no cabe un hombre delgado mal pueden caber dos de medianas carnes; los dos hormigueros se paralizan mutuamente; ninguna de las secciones pueden retroceder aunque quisiera; echar por la calle del medio es una verdadera utopía; porque a ello se opone el alto y ancho paredón de trozos de asfalto, macadam (piedras apisonadas) y otras incongruencias que cierran el paso; y aunque en las nerviosidades de la asfixia se lograra derribar parte de la formación ciclópea y abrirse paso hacia las ruinas de en medio, sólo se conseguiría ir rodando hasta las ruedas de los muchos tranvías que allí se aglomeran y que no tardarían en llenar aquellos abismos de informe pasta de temerarios. El conflicto sólo se resuelve cambiando de dirección una de las dos filas, por aviso sucesivo a cada uno de los mártires que las forma; pero esta operación, difícil y enojosa, no se realiza sin dificultad y protestas.

Al fin, de un modo u otro, respirando malamente y con el corazón en desorden, se llega a lo que pudiéramos llamar ‘el mar libre’. Una vez allí, todo es cuestión de perder un cuarto de hora –rara vez más- esperando que se abra un claro entre los vehículos de toda especie que surcan la calle en varias direcciones, algunos serpenteando con elegancia, para que no escape nadie. Por lo general, se consigue sortear esa serie de peligros, sin más que oír algunos insultos de ‘chauffeurs’ u otros conductores de máquinas de muerte, que parece que dan reclamo a los constructores, empresarios o dueños  cuando parten por el eje a cualquier infeliz, aunque se trate de mujeres, ancianos o niños.

Por esto se repite tan a menudo y se leen ya con tal indiferencia las noticias que sobre el particular publican los diarios, que es cosa de creer que los habitantes de la capital somos carne de automóvil.

La verdad es que las calles de Buenos Aires son demasiado estrechas para esos vehículos propios sólo de ciudadanos en que abunden las vías de gran amplitud. Con echar la culpa al fundador Garay, que hizo el primer trazado, nada se consigue; porque aquel señor no podía imaginar el sesgo que tomarían las cosas a los 333 años. Ahora ya no se encuentra mayor solución que las avenidas diagonales; pero al paso que van los derribos, me figuro que tenemos tela cortada y calles intransitables para otros tres siglos y tercio, y esto, a la verdad me aflige. La perspectiva de morir laminado hace que mi ánimo proyecte tonalidades grises hasta sobre el mensaje presidencial, que me entusiasmó al principio y que ahora me parece redactado por un habitante de la luna, deseoso de lisonjearnos, para que lo hospedemos como dice que somos. Se puede pensar lo que se quiera de los hombres; pero, el que desee sacar partido de ellos, hará bien en atribuirles grande cualidades y en manifestarles que espera mucho de su energía”. (2)

PROPUESTA DIDÁCTICA

Realización de un texto humorístico periodístico con respecto a la verdad en cuanto a la situación de las calles y veredas locales, sin emplear palabras soeces, agravios personales ni familiares a algunos empleados públicos jerárquicos que hace quinqueños se sostienen de la política con dinero de los contribuyentes.

 

NOTAS Y REFERENCIAS

Alejandro Rojo Vivot es columnista estable de la prestigiosa publicación especializada “Humor Sapiens” (Chile), a cargo de la sección fija “El humor y sus variantes”, en español e inglés.

https://pepepelayo.com/acaba-de-publicarse-el-boletin-humor-sapiens-de-julio-celebrando-el-dia-internacional-del-chiste

1) Paz, Octavio. La vida sencilla. En "Poética del tiempo en Octavio Paz". Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, núm. 1-3. Época 1. Páginas 43 a 47. Córdoba, Provincia de Córdoba, Argentina. 1999.

2) PBT. Charlas del pebete. PBT semanario infantil ilustrado. AÑO 10. N° 444. Buenos Aires, Argentina. 31 de mayo de 1913.

Por Alejandro Rojo Vivot - Escritor

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