CARTAS ORGÁNICAS: LA CORRUPCIÓN DE UNOS POCOS EN DESMEDRO DE CASI TODOS

“¿No creen ustedes que los pobres ex ministros merecen su monumento? Yo creo que sí. Creo que es conveniente que dejen algún recuerdo. Así –por lo menos- dejan algo.

El sacrificio de su actuación merece una recompensa. Pensemos que se trata –generalmente- de hombres de cierta edad, que deben mantener una agilidad mental extraordinaria para contestar rápidamente a los requerimientos de los periodistas.

Pero eso no es nada… Lo más importante es la agilidad física que deben conservar para el momento de su ‘renuncia’, cuando deban partir a toda velocidad rumbo a Suiza, cargados con pesadísimos portafolios…

En consideración a todo eso, ¡marche un monumento para los ex ministros!... (1)

Juan Carlos Basurto (1963)

Además de que la corrupción está muy generalizada, sin distinción de ideologías ni género, la misma, frecuentemente, está naturalizada.

Casi siempre la corrupción está lejos de ser una cuestión que recibe una amplia y profunda condena social: hay apropiadores ilegales de bienes aprovechando estar en puestos relevantes que, condenados se victimizan disfrazados con ropajes de víctimas inocentes, muy lejos de poder justificar el origen de sus gigantescas fortunas personales.

Corruptos presos que transitan sus condenas disfrutando diariamente de notables viviendas y manjares pagados con dinero seguramente espurio, capaces de mofarse de la Justicia democrática.

Aunque poco o nada aportan ni se muestran arrepentidos, se mofan ubicándose por encima de todos los demás que a diario trabajan, protegen a sus familias, crean, estudian, votan periódicamente, participan activamente como ciudadanos, etcétera.

UN APORTE DE LA LITERATURA

El médico Gulliver, en su segundo viaje llega a Brobdignac, donde la situación es la inversa a la anterior aventura ya que allí, proporcionalmente por su tamaño, es como un insecto impotente, rastrero, presumido y con ideas inhumanas a tal punto de ser capaz de reconocer que la superioridad de las armas puede generar poder político para convertirse “en el dueño absoluto de la vida, la libertad y la fortuna de su pueblo”. (131) Aquí la gran estatura relativa de los habitantes confirma la altura moral de los mismos, sobre todo cuando se los compara con nosotros, los civilizados.

“No digo esto con la menor intención de disminuir las muchas virtudes de aquel excelente rey, cuya reputación, estoy convencido de ello, quedará muy mermada por ese motivo en la opinión del lector, pero juzgo que ese defecto tiene por origen la ignorancia de aquella gente, que todavía no ha convertido la política en una ciencia, como han hecho los ingenios más agudos de Europa. Pues recuerdo muy bien que en una conversación que mantuve un día con el rey, cuando le dije que entre nosotros se habían escrito millares de libros sobre el arte de gobernar, ello le dio (todo lo contrario de lo que yo me proponía) una idea muy pobre de nuestra inteligencia. Declaró que detestaba y despreciaba todo misterio, refinamiento e intriga tanto en un príncipe como en un ministro.

No podía comprender a qué llamaba yo secretos de Estado si no se relacionaban con un enemigo o alguna nación rival. Reducía la ciencia del gobierno a límites muy estrechos, como el sentido común y la razón, la justicia y la lenidad, la rapidez en el fallo de las causas civiles y criminales, además de otros tópicos evidentes que no merecen ser tenidos en cuenta. Y declaró que opinaba que cualquiera que hiciese nacer dos espigas de trigo o dos briznas de hierba en el espacio de tierra en que anteriormente crecía una sola tendría más méritos para con la humanidad y haría un servicio más esencial a su país que toda la raza de políticos junta.

La cultura de ese pueblo consiste únicamente en la moral, la historia, la poesía y las matemáticas, materias en las que hay que confesar que descuellan. Pero la última de estas ciencias se aplica por completo a lo que puede ser útil en la vida, como el progreso de la agricultura y de las artes mecánicas.

Ninguna ley de aquel país puede tener más palabras que el número de letras de su alfabeto, que son sólo veintidós, pero en verdad pocas de ellas alcanzan esa extensión. Están redactadas en los términos más claros y sencillos y la gente no es lo bastante viva para descubrir en ellas más de una interpretación, y escribir un comentario sobre una ley es un crimen capital”. (131 y 132)

SIGUEN LAS AVENTURAS

En el tercer viaje Gulliver llega a Lapuntuh, de cuyos habitantes hace una detallada descripción de cómo viven y, entre otros, de sus valores morales y conceptos sobre las cuestiones públicas. Desde luego que continúa el juego de espejos y contra espejos.

“Son muy malos razonadores y se inclinan con violencia a la contradicción, a menos de que, por casualidad, estén en lo cierto, lo que sucede raras veces. Desconocen por completo la imaginación, la fantasía y la inventiva, y en su idioma no hay palabras para expresar esas ideas; todo el campo de sus pensamientos y de su inteligencia está encerrado en las dos ciencias mencionadas.

La mayoría de ellos, y especialmente los que se dedican a la astronomía, poseen una gran fe en la astrología judicial, aunque se avergüenzan de confesarlo en público. Pero lo que más me llama la atención y consideraba completamente inexplicable era la fuerte inclinación que observé en ellos hacia las novedades y la política, pues pasaban el tiempo investigando los asuntos públicos, opinando sobre problemas del Estado y discutiendo con apasionamiento cada frase del programa de un partido político.

Es cierto que he observado la misma inclinación en la mayoría de los matemáticos que he conocido en Europa, aunque nunca pude descubrir la menor analogía entre las dos ciencias; a menos que esa gente suponga que porque el círculo más pequeño tiene tantos grados como el más grande, la regulación y el manejo del mundo no requieren más dotes que el manejo de un globo; pero me inclino más bien a creer que esa cualidad nace de un achaque muy común de la naturaleza humana, que nos lleva a sentir más curiosidad e interés por cuestiones que no nos incumben lo más mínimo y para las que somos menos idóneos por nuestros estudios o naturaleza”. (160 y 161)

“En la escuela de proyectistas políticos me recibieron mal; los profesores, a mi parecer, habían perdido el juicio, espectáculo que nunca deja de entristecerme. Aquella gente infeliz trazaba planes para convencer a los monarcas de que escogieran sus favoritos en razón de su sabiduría, capacidad y virtud; enseñaran a los ministros a consultar el bien público, recompensarán el mérito, las grandes aptitudes y los servicios eminentes; instruyeran a los príncipes en el conocimiento de que su verdadero interés es el que se basa en los mismos cimientos que el de su pueblo; eligiesen para los empleos a la personas capacitadas para desempeñarlos; y otras muchas quimeras imposibles y disparatadas que nunca habían pasado hasta entonces por cabeza humana y confirmaron mi vieja observación de que no hay nada tan extravagante e irracional que no hayan defendido como verdad algunos filósofos.

Sin embargo, haré a esa parte de la Academia la justicia de reconocer que no todos sus miembros eran tan visionarios. Había un médico sumamente ingenioso que parecía completamente versado en la naturaleza y el sistema de gobierno. Ese ilustre personaje había dedicado con gran provecho sus estudios al descubrimiento de remedios eficaces para todas las enfermedades y corrupciones a que están sujetas las diversas clases de administración pública por los vicios o flaquezas de quienes gobiernan, así como el libertinaje de quienes deben obedecer.

Por ejemplo; puesto que todos los escritores y pensadores están de acuerdo en que hay una semejanza universal estricta entre el cuerpo natural y el cuerpo político, nada puede haber más evidente que la necesidad de preservar la salud de ambos y de curar sus enfermedades con las mismas recetas. Es sabido que los Senados y los grandes Consejos se ven perturbados con frecuencia por los humores de la redundancia, el entusiasmo y otros vicios: por muchas enfermedades de la cabeza y más todavía del corazón, fuertes convulsiones, grandes contracciones de los nervios y tendones de ambas manos, pero especialmente de la derecha; mal humor, ventosidades, vértigos y delirios, malas digestiones y otras muchas enfermedades que no es necesario mencionar.

En consecuencia, ese médico proponía que, cuando se reuniera el Senado, cierto número de médicos asistieran a las tres primeras sesiones, y al terminar el debate de cada día tomaran el pulso a todos los senadores; después de los cuales y de haber estudiado y consultado maduramente la naturaleza de las diversas enfermedades y los métodos para curarlas, dichos senadores podrían volver al cuarto día a reunirse, acompañados por sus boticarios provistos con los medicamentos adecuados; y antes de que comenzaran a deliberar se les administrarían los lenitivos, aperitivos, abstergentes, corrosivos, restringentes, paliativos, laxantes, cefalálgicos, ictéricos, expectantes y acústicos que requiriesen sus enfermedades respectivas; y según el efecto que produjesen esas medicinas, se repetirían, modificarían u omitirían en la sesión siguiente.

Este proyecto no sería muy costoso para la población y, en mi opinión, resultaría muy útil para despachar los asuntos en los países donde los Senados comparten el poder legislativo, pues lograría la unanimidad, acortaría los debates, abriría una pocas bocas que hasta ahora están cerradas y cerraría muchas que ahora están abiertas, moderaría la petulancia de los jóvenes, corregiría la terquedad de los viejos, despabilaría a los tontos y desanimaría a los atrevidos”. (183 y 184)

CONTINÚA EL PERIPLO

En este mismo viaje Gulliver llega a la isla Glubbdubdrib donde Su Alteza, el gobernador, le explica que ellos tienen el poder de conducir a los espectros que los sirven cotidianamente y la capacidad de traer al presente a cualquier personaje o hecho del pasado. Entonces, el inglés solicita observar a distintos destacados hombres como Alejandro Magno, Aníbal, César y Pompeyo. Luego “Rogué que el Senado de Roma apareciese ante mí en una gran sala, y frente a él, en otra, una asamblea representativa moderna. El primero me pareció una reunión de héroes y semidioses, y la segunda un grupo de buhoneros, rateros, asaltantes de caminos y matones”. (190)

Entre los luggnaggianos, cada muy de vez en cuando nace un struldbrugs, que son inmortales fácilmente reconocidos por una mancha circular roja en la frente, aunque al crecer iba cambiando de color hasta llegar al negro, pigmento que ya no se modificaba más. Ese fenómeno no era hereditario ni implicaba condición anterior alguna. Al conocer esa cuestión Gulliver nos relata: “Exclamé como embelesado: ‘¡Feliz nación, en la que cada niño tiene por lo menos una probabilidad de ser inmortal! ¡Feliz pueblo, que goza de tantos ejemplos vivientes de virtud antigua y cuenta con maestros que pueden instruirlo en la sabiduría de todas las épocas pretéritas! ¡Pero felicísimos sobre toda comparación esos excelentes struldbrugs que, habiendo nacido exentos de esa calamidad universal de la naturaleza humana, tienen la mente libre y desembarazada, sin la carga y la depresión de espíritu causadas por el continuo temor a la muerte!’

Manifesté mi sorpresa por no haber visto en la corte a ninguna de esas personas ilustres, pues la mancha negra en la frente era una distinción notable que no podía haberla pasado por alto fácilmente; y era imposible que Su Majestad, príncipe juicioso, no contase con buen número de consejeros tan sabios y capaces. Pero, quizá, la virtud de esos reverendos sabios era demasiado severa para la corrupción y las maneras libertinas de la corte, y la experiencia nos muestra con frecuencia que los jóvenes son demasiado obstinados y volubles para dejarse guiar por los sobrios consejos de sus mayores”. (200) (2)

NOTA Y REFERENCIAS

Alejandro Rojo Vivot, en numerosas oportunidades, brindó conferencias y cursos en Comodoro Rivadavia, Provincia del Chubut, Argentina.

1) Basurto. Marche un monumento. Revista Tía Vicenta. Año VII, número 249. Página 6. Buenos Aires, Argentina. 3 de junio de 1963.

2) Jonathan Swift. Viajes de Gulliver. Ediciones Peuser. Páginas 253 y 254. Buenos Aires, Argentina. Segunda quincena de septiembre de 1952.

Por Alejandro Rojo Vivot - Escritor