APUNTES CIUDADANOS: UN GENIAL ESCRITOR POLÍTICO

“El estudio del humor gráfico periodístico de diferentes realidades nacionales se justifica si pensamos que la referencialidad de los discursos producidos en la era contemporánea no corresponde necesariamente a los límites de las fronteras nacionales. Bloomaert (2005) llama la atención sobre la influencia de la estructura del sistema mundial (the structure of the world system) en los eventos comunicativos y subraya la necesidad de contextualizarlos y estudiarlos en marcos más amplios de los que ofrece un sólo país”. (1)

 

Zavitsanou Theofylakti

 

En las cercanías del primer cuarto del Siglo XXI, con frecuencia, las ficciones literarias políticas publicadas hace décadas continúan teniendo plena vigencia, un poco por mérito propio de los escritores y mucho por el accionar de los autodenominados preclaros nacidos para gobernar, que resurgen continuamente a veces con sesgos autoritarios.

Algunos amañan normas para perpetuarse en poder donde los que piensan distinto son vendepatrias, aves carroñeras, enemigos del pueblo, malignos victimarios de víctimas desvalidas, etcétera.

Los que pierden elecciones frecuentemente encuentran justificativos muy variados y poco creíbles, por culpa de otros, nunca por responsabilidades propias.

Al finalizar la II Guerra Mundial, nefasta como toda confrontación bélica, Italia democráticamente realizó su propio proceso de consolidación nacional, con sus luces y sombras.

Los debates fueron muy intensos inclusive entre quienes un poco tiempo antes, juntos habían arriesgado sus vidas para eliminar al autoritarismo de pensamiento único.

UN POLÍTICO Y LITERATO GENIAL

Giovanni Guareschi (1908-1968) en 1948 publicó su muy entretenida novela humorística que describe genialmente los avatares de Pepón, un jefe comunal comunista y un conservador párroco del pequeño pueblo rural “Brescello”, Don Camilo, que desarrolla magistralmente en escala local las mismas contingencias nacionales.

“Pepón torció la boca.

--No vayamos por el lado de la política –rezongó-. Las comparaciones son la mayor bellaquería de mundo, pues reducen todos los problemas a un ejemplo práctico mientras que lo que cuenta en la vida es la teoría. La historia de la nodriza es muy bonita, pero la verdad es quien trabaja debe ser pagado con justicia y entonces cuando el trabajador recibe lo justo entra en juego también la nodriza que con la justicia social recibe un salario mayor de valerse de remedios y otras porquerías. Y la justicia social querido señor cura, es una cosa que alguna vez ha de empezarla si se quiere llegar al fondo, porque es como un ovillo: si uno no consigue encontrar la punta de hilo para devanarlo, ¿debe esperar que se la indique el Espíritu Santo? Por algún lado se empieza y después a lo largo de del camino todo se arregla.

Don Camilo lo interrumpió.

Y encogiéndose de hombros Pepón agregó:

-Se comprende: lo que cuenta es la teoría general.

-Entonces yo te digo que la teoría general es que en tiempos de carestía mundial se come lo que hay y si uno destruye lo poco que hay, después puede silbar La Internacional (2) cuando quiera, pero revienta, porque nadie le dará nada.

-¡Reventaremos todos! -exclamó Pepón-. De todos modos, antes o después tenemos que morir.

-¡Y bueno, revienta! –gritó don Camilo, yéndose. Y cuando llegó a la iglesia se desahogó con el Cristo del altar mayor.

-Esa es gente que necesitaría una lección –dijo don Camilo-. Mandadles un ciclón que haga volar todo. El mundo se ha vuelto maldito, lleno de odios, de ignorancia y de perversidad. Hace falta un diluvio universal. Moriremos todos, se hará la cuenta final, cada cual se presentará ante el tribunal divino y recibirá el castigo o el premio que merezca.

El Cristo sonrió.

-Don Camilo, para llegar a esto no hace falta un diluvio universal. Cada uno está destinado a morir cuando le llega el turno y a presentarse ante el tribunal para recoger el premio o el castigo. ¿No es lo mismo aunque sin cataclismo?

-También eso es verdad –reconoció don Camilo, tranquilizándose.

Pero luego, como en el fondo le disgustaba un poco renunciar de lleno a la idea del diluvio, trató de salvar lo que fuese salvable.

-Si cuando menos pudierais hacer llover un poco. El campo está seco, los embalses de las centrales están vacíos.

-Llover´, lloverá, don Camilo –le aseguró el Cristo-. Desde que el mundo es mundo siempre ha llovido. La máquina está combinada de tal manera que en un momento dado debe llover. ¿O eres del parecer que el Eterno se haya equivocado en la organización del universo?

Don Camilo se inclinó.

-Está bien –dijo suspirando-. Comprendo perfectamente la justicia de lo que decís. Pero que un pobre cura de campaña no pueda siquiera permitirse pedir a su Dios (3) que haga llover aunque sea dos baldes de agua, perdonadme, es desalentador.

El Cristo se puso serio, don Camilo.

-Tienes mucha razón, don Camilo. No falta sino que tú también hagas una huelga de protesta”. (4)

FINALE

Por lo menos en Argentina, luego de tres cuartos de siglo, los enconos irresueltos entre parte de la población se mantienen habiéndose acrecentado en gran medida.

En vez de diluvios universales son las políticas públicas llevadas adelante que devastaron una parte importante de la actual generación de jóvenes, ancianos, etcétera.

“Don Camilo” vale la pena leerse o releerse.

 

NOTAS Y REFERENCIAS

Alejandro Rojo Vivot fue distinguido con una placa artesanal honorífica por el “Foro Empresarial de la Patagonia”. Bariloche. 8 de mayo de 2010.

1) Theofylakti, Zavitsanou. Humor y discurso político: El humor como recurso de opinión y crítica en la prensa contemporánea griega y española. Universidad Pompeu Fabra (UPF). Página 8. Barcelona, España. 2016.

2) Canción popularizada a partir de la organización socialista denominada “Segunda Internacional” iniciada a fines del Siglo XIX.

3) Reconoce la existencia de otros dioses, contrario a lo sostenido por la Iglesia Católica.

4) Guareschi, Giovanni. Don Camilo. (Un mundo pequeño). Editorial Guillermo Kraft. Segunda edición. Páginas 256, 257 y 258. Buenos Aires, Argentina. Abril de 1952.

Por Alejandro Rojo Vivot - Escritor