APUNTES CIUDADANOS: EL ENGAÑO SISTEMÁTICO DESDE SIEMPRE

El humor es algo muy necesario en nuestro día a día y por eso, Alejandro Rojo Vivot, nos sigue haciendo descubrir sobre esto. HUMOR, POLÍTICA Y AFINES CDXLXXXIV.

Opinión09/03/2025 Alejandro Rojo Vivot - Escritor
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2025 CORTE SUPREMA ¿ALGUIEN DEVOLVERÁ EL DINERO DE LOS CONTRIBUYENTES MALGASTADO EN LAS DÉCADAS PERDIDAS EN CUANTO A LA IGUALDAD DE GÉNEROS?

Los humoristas le son tan necesarios a la sociedad como al hombre el aire que respira”. (1)

 

Manuel Ibáñez Escofet (1917-1990)

 

En Argentina y algunos otros países el humor literario ha alcanzado un notorio desarrollo, tanto por su diversidad como por su atractivo de tantas generaciones de lectores.

Varias novelas y cuentos integran propuestas pedagógicas en todos los niveles educativos.

También es frecuente que autores sean citados con frecuencia inclusive por quienes nunca los han leído.

PERIODISTA Y ESCRITOR

Roberto Jorge Payró (1867-1928) fue un activo entusiasta de la política partidaria y un inteligente lector, gran conocedor de la vida rural en general como de Patagonia de su época; fue parte de la Generación del '80 que llevó adelante su propuesta de desarrollo de Argentina hasta el declive en los siglos XX y XXI.

Su “La Australia argentina. Excursión periodística a las costas patagónicas, Tierra del Fuego e Isla de los Estados” (1898) en la actualidad mantiene el interés.

Su humor también está vigente como sus retratos costumbristas de los más disímiles personajes de ficción con mucho de realidad.

UNA DE SUS OBRAS PRINCIPALES

“El nombre de Laucha –apodo y no apellido- le sentaba a las mil maravillas.

Era pequeño, delgado, receloso, móvil; la boca parecía un hociquillo Orlando de poco y rígido bigote; los ojos negros, como cuentas de azabache, algo saltones, sin blanco casi, añadían a la semejanza, completada por la cara angostita, la frente fugitiva y estrecha, el cabello descolorido, arratonado…

De sus mismos labios oí la narración de la aventura culminante de su vida y, en estas páginas, me he esforzado por reproducirla tal como se la escuché. Desgraciadamente, Laucha ya no está aquí para corregirme si incurro en error. (…)

La casa era bastante grandecita, con negocio de almacén, tienda, y un poco de ferretería. Tenía también un despacho de bebidas, con gran reja de fierro adelante del mostradorcito, y si mesas, ni bancos, ni menos sillas, para que el paisanaje y el gringaje, no teniendo en que sentarse, se largara en cuantito tomaba la tarde o la mañana. (…)

-(Doña Carolina, la pulpera) Tenga mucho cuidau, no vay’a dejar qu’el asau si arda antes qu’esté en su punto. Usté va lejos, pero más lejos van las mujeres. De puro desconfiadas y ladinas, cuand’uno va, ya están de güelta. No se me descuide, y se me quede di a pie cuando ya está estribando. (…)

Bueno, pues, al otro día mismo, ya me puse a hacer mis menjunjes, y de ahí salió aní, coñá, ginebra, guindado, hasta vermú; rebajé el vino que había (dejando una damajuanas aparte de nuestro uso), le eché mucho aguardiente, un poco anilina, y de cada cuarterola alcancé hacer más de dos, como se lo había prometido a mi gringa. Y todavía me acuerdo que, entusiasmado con el trabajo, hasta inventé licores, o más bien dicho, el color, y así hice caña de durazno azul, ginebras amarilla como el oro, biter de naranja verde y colorado, y un licorcito muy dulce de vainilla, color violeta claro, que los reseros sabían llevarle a la novia de regalo, por lo rico, y sobre todo por lo lindo que era.

La cosa resultó magnífica, y a los marchantes les gustaban más algunas bebidas hechas por mí que las legítimas, puede ser que porque eran más fuertes. Y decían al pedirlas:

-¡Eh, mozo!, una caña… de la que toma el patrón, eh! (…)

Y el cura se quedó un rato callado, como pensando. Después, medio riéndose, se levantó de la silla, se me acercó, y agarrándome la solapa de la chapona, me dijo despacito, como para que nadie lo pudiese oír, aunque no hubiese nadie en la sacristía… (…)

-¿Pero usté quiere casarse de veras?... ¿en el libro la parroquia? –me dijo.

Al principio no entendí lo que quería decirme y lo miré azorado.

-¿Por qué me dice eso? –le pregunté por fin.

-¿Eh? –me contestó el muy sinvergüenza-. Porque algunos que quieren casarse, sí, pero que no les pongan el casamiento en el libro… Entonces, yo les hago un certificado en un papel suelto, y se lo doy para que lo guarden. Entonces… pero no va a decir nada, ¿he?

-¡Qué esperanza, padre!

-¿De veras?

-¡Mire: por éstas!

Entonces, si la mujer es buena, ellos lo guardan; pero si no es buena, lo rompen y se mandan a mudar si quieren y la mujer no puede hacer nada, ¡eh!... Yo tengo permiso para casar así, pero nadie tiene que saberlo, porque es un secreto de la Iglesia… y también es mucho más caro que el otro casamiento…

¿Qué iba a tener permiso el cura picarón! Era una historia que había inventado para far l’América, y llenar pronto el bolsillo aunque se fuera al infierno derechito; tantas ganas tenía de volverse a su tierra a comer pulenta y macarrones.  (…)

-¿Y cuánto sería el gasto de ese modo, padre Papagna?

-Trechento pesi.

-¿No puede ser algo menos? –le pregunté, porque para rebajar siempre hay tiempo.

-¡Ni un centavo!... Y además, usté me va a jurar, por el santo Dios y la Santísima Virgen, que no le va a decir nada a nadie, de mientras yo esté en cuest’América!...

-¡Qué quiere, padre! ¡No puedo darle tanto! Y ni le pago, ni juro –añadí, para obligarlo a rebajar.

El medio se me asustó, y palmeándome el hombro, comenzó a ver si me amansaba. Pero no aflojé, ni él tampoco, y así estuvimos un rato largo regateando. ¡Miren qué negocio para regatear! ¡Hoy mismo me estoy haciendo cruces… En fin, cuando me dejó la cosa en ciento cincuenta pesos, le dije:

 -Bueno, le pagaré y juraré –pegándole una palmadita en la panza, porque ya le había perdido el respeto. ¡Y de no!

Saqué el rollo que me había dado Carolina y me puse a contar. ¡Le vieran los ojos del fraile! ¡Parecía que se quería tragar la plata!

Cuando le di los ciento cincuenta, los agarró con uñas de carancho, de medio luto por la mugre, los contó él también, y los volvió a contar. Se alzó la sotana y se los metió bien en el fondo del bolsillo del pantalón que tenía debajo, como para que no se le escapasen.

¡Y qué agarrado! Mientras estaba guardándolos, temblaba todo, como si fuera perlático. ¡Nunca he visto cosa igual!”. (2)

 

NOTA Y REFERENCIAS

Alejandro Rojo Vivot en diversas oportunidades brindó asesoramientos institucionales y capacitaciones ciudadanas en El Chaltén, Provincia de Santa Cruz, Argentina.

1) Ibáñez Escofet, Manuel. Introducción. "Nacional II". Perich. Ediciones Laia. Barcelona, España. 1972.

2) Payró, Roberto J. El casamiento de Laucha. Editorial Kapeluz. Páginas 43, 50, 62, 63, 64, 68, 69 y 70. Buenos Aires, Argentina. Junio de 1981.

Por Alejandro Rojo Vivot - Escritor

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